De pequeño, como a todo buen millennials, me fascinaban los dibujos animados. Goku, Oliver y Benji, Marco… Siempre me preguntaba: ¿Cómo creaban esos dibujos tan increíbles? ¿Los dibujaban a mano o usaban alguna tecnología avanzada?
En ese entonces, no tenía ni idea, pero recuerdo algo que hacía y era intentar dibujar a Goku. Digo intentar porque siempre terminaba haciendo una bola de papel el resultado final, menos un par de ellos que si que se salvaron. Cada vez que dibujaba, me parecía realmente complicado y nunca quedaba satisfecho con el resultado final. Quizás penséis que este fue el inicio de mi carrera artística, ¿verdad?
Pues ¡no! 🙂
Por alguna razón, ese interés artístico no despertó en mí en esa etapa. Tal vez no estaba preparado. Los estudios se me daban bien, era de esos que estudiaban el día antes y sacaban buenas notas, pero la escuela me aburría enormemente. Creo que la principal razón de ese aburrimiento era la forma en que se impartían las clases y la enseñanza, además de culpar a los profesores.
A duras penas terminé la ESO y luego realicé un módulo de grado medio sobre el mantenimiento de líneas mecánicas y electrónicas. Una cosa tenía clara: me gustaba arreglar y crear. Tras finalizar el módulo, comencé a trabajar en una multinacional. Fue en este punto donde despertó el fuego en mi interior y donde descubrí mi amor por el arte y la pintura.
Decidí dejar el trabajo y matricularme en el Bachillerato de Artes del Instituto Juan Lara. Ya os podéis imaginar que pensaban mis padres al respecto:
– A este niño se le ha ido la cabeza, ahora quiere ser artista y va por ahí pintando cuadros, ha dejado el trabajo y no tiene donde caerse muerto.
El verano antes de comenzar el bachiller, me regalaron un maletín de óleos Goya, un pequeño KIT para comenzar a pintar. Mis primeros pasos en la pintura los di con ese kit, en un pequeño cuarto en casa de mis padres. Recuerdo esos días como si fuesen ayer, donde pintaba casi a oscuras, con una pequeña luz y en un ambiente que parecía sacado de la época barroca. Mi primera obra fue un retrato de mi hermana Clara sobre una madera contrachapado muy fina. En esa época no tenía ni idea de como preparar un soporte y dar los pasos necesarios antes de comenzar a pintar. Desafortunadamente, creo que el retrato se perdió, pero fue ahí donde todo comenzó.
Tras el verano, empecé el Bachillerato de Artes. Durante esos dos años, tuve dos profesores que, además de confirmar mi vocación, me motivaron aún más. Terminé el bachillerato con honores y con muchas ganas de entrar en la Facultad de Bellas Artes de Sevilla, donde me matriculé después de superar la selectividad, una experiencia inolvidable.
Todo ese tiempo estuve pintando y haciendo mis pinitos en ese cuartito lúgubre y en soledad. La pintura, desde ese primer día que cogí el pincel, ha sido una droga extrema. Me enganchó de tal manera que ya no quería hacer otra cosa. Antes lo tenía claro pero ahora ya lo veía clarísimo: ¡QUIERO SER ARTISTA!
Ser artista puede sonar egocéntrico, pero es la única forma que tiene una persona para vivir haciendo lo que más le gusta que es pintar y crear.
En 2009, comencé mis estudios en la Facultad de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría en la Universidad de Sevilla. Esta etapa fue la mejor de mi vida y, si queréis, os la cuento en otro post.
